Introducción: La Fragilidad de la Civilización
En los años previos al colapso, la humanidad parecía estar en la
cúspide de su progreso. Los avances científicos y tecnológicos
habían transformado radicalmente la vida en la Tierra, proyectando
un futuro brillante y lleno de posibilidades. Las grandes potencias
competían por dominar el campo de la biotecnología, la inteligencia
artificial y la exploración espacial, mientras las enfermedades que
antes asolaban a la humanidad quedaban atrás gracias a las terapias
genéticas avanzadas. La ciencia ofrecía soluciones para casi todo, y
los límites de la vida humana estaban siendo redefinidos.
Sin embargo, bajo esta aparente fortaleza se ocultaba una profunda
fragilidad. A pesar de los logros impresionantes, el mundo se
encontraba más dividido que nunca. Las desigualdades extremas
separaban a las naciones tecnológicamente avanzadas de aquellas que
apenas lograban sobrevivir, creando un abismo insalvable. Mientras
los países más desarrollados progresaban en biotecnología,
inteligencia artificial y energías limpias, gran parte del planeta
sufría el impacto de guerras, crisis económicas y desastres
naturales. Regiones enteras de África, Asia y América Latina eran
devastadas por conflictos armados alimentados por guerras proxy
entre potencias mundiales, dejando a millones de personas atrapadas
en zonas de conflicto permanente. La pobreza extrema y la falta de
recursos eran la norma en estas áreas, donde la supervivencia era
una lucha diaria y la esperanza de un futuro mejor se desvanecía.
Los avances tecnológicos, en lugar de reducir esta brecha, la
ampliaban cada vez más. Las corporaciones de las naciones
desarrolladas concentraban sus recursos en una interminable búsqueda
de ganancias y poder, mientras los países menos afortunados seguían
sin acceso a tecnologías básicas que podrían mejorar sus condiciones
de vida. Esta disparidad global no solo fue ignorada, sino que en
muchos casos fue vista como un mal necesario para el avance de la
civilización. Mientras el norte global disfrutaba de sus lujos
tecnológicos, el sur se hundía en una crisis humanitaria, luchando
contra el hambre, la pobreza y la guerra.
Lo más inquietante fue la indiferencia de la ciudadanía en los
países desarrollados. A pesar del acceso a la información y de la
creciente conciencia global, la población de las naciones más
avanzadas se había vuelto psicológicamente anestesiada. Vivían en un
estado de apatía moral, aceptando la degradación ética de sus
sociedades mientras sus privilegios y cómodos estilos de vida
permanecieran intactos. Esta inacción colectiva no solo desvaneció
las protestas por justicia social y ética, sino que también permitió
el auge desmedido de las corporaciones, que aprovecharon el vacío de
resistencia para consolidar su poder. A medida que la ciudadanía se
sumía en una aceptación silenciosa del egoísmo colectivo, las
empresas tecnológicas y biotecnológicas se expandieron sin control,
redefiniendo las reglas del mundo moderno. Los valores que alguna
vez sustentaron estas sociedades se desmoronaban, pero para la
mayoría, el bienestar personal seguía siendo más importante que el
sufrimiento ajeno.
Las corporaciones biotecnológicas lideraban una carrera frenética
por el control sobre la vida misma. Los avances en terapias
genéticas ya habían mejorado significativamente la calidad de vida y
prolongado la longevidad humana, pero el objetivo último, el santo
grial de la vida eterna, seguía siendo inalcanzable. Lo que debía
ser un esfuerzo por el bienestar se transformó en una obsesión,
donde el afán por detener el envejecimiento y romper las barreras
biológicas se volvía cada vez más oscuro, desdibujando los límites
de la ética y la responsabilidad. Las grandes empresas
biotecnológicas competían ferozmente, impulsadas por la codicia y la
arrogancia, ignorando las advertencias sobre los riesgos que
acechaban en su búsqueda de inmortalidad.
Mientras tanto, el mundo avanzaba hacia lo que parecía ser un futuro
incontrolable. Aunque la humanidad celebraba sus avances
tecnológicos, la realidad era que el cambio climático continuaba su
curso, desatando efectos cada vez más destructivos. Deshielos,
tormentas y catástrofes naturales alteraban el equilibrio del
planeta, pero estos fenómenos solo se veían como obstáculos menores
frente a los avances científicos. En este contexto, los gobiernos
debilitados por las crisis internas y por la creciente influencia de
las corporaciones, eran incapaces de gestionar los desafíos
globales.
Y fue precisamente el cambio climático lo que provocó un
descubrimiento inesperado. En las heladas tierras del Ártico, el
deshielo reveló algo que había estado oculto durante milenios: un
virus antiguo, desconocido para la humanidad moderna. Lo que al
principio parecía una oportunidad para desentrañar nuevos secretos
biológicos, rápidamente captó la atención de los científicos. Este
hallazgo se veía como el posible catalizador para la tan ansiada
prolongación de la vida humana. Fascinados por el potencial del
virus, muchos investigadores comenzaron a experimentar con él,
cegados por la promesa de avances revolucionarios.
Sin embargo, mientras se desvelaban algunos de los misterios del
patógeno, las advertencias comenzaron a acumularse. Pero, en su afán
por ser los primeros en aprovechar los secretos del virus, estos
signos fueron ignorados. Nadie parecía comprender el alcance real de
lo que habían descubierto. El virus, inicialmente denominado HVA-17
Borealis, poseía propiedades que cambiarían todo lo que la humanidad
creía conocer sobre la vida y la muerte. Con el tiempo, este nombre
científico sería reemplazado por otro, uno mucho más oscuro y
temido.
Lo que sucedería después quedaría grabado en la historia. El colapso
no llegó de inmediato, pero las semillas del apocalipsis ya estaban
plantadas, esperando el momento adecuado para florecer.
El Mundo Antes del Apocalipsis: Un Progreso Acelerado, una Caída
Inevitable
Un viaje al corazón del Ártico
En el año 2065, la poderosa corporación biotecnológica Geneteq,
líder en la manipulación genética y pionera en terapias de
regeneración celular, lanzó una expedición al Ártico. A primera
vista, la misión tenía como objetivo estudiar los efectos del
deshielo en el permafrost, pero detrás de esta fachada había una
ambición mucho mayor. Geneteq, bajo la dirección de su carismático y
controvertido CEO Zachary Albright, buscaba hallar organismos o
patógenos antiguos que pudieran revolucionar el campo de la
biotecnología.
Zachary Albright no era un ejecutivo común. Era un gurú de la
biotecnología, un visionario cuyas ideas habían cambiado el rumbo de
la ciencia moderna. Aclamado por su habilidad para romper las
barreras éticas y legales en la búsqueda del progreso, Albright
creía firmemente que el futuro de la humanidad debía estar en manos
de aquellos dispuestos a hacer "lo que fuera necesario" para lograr
avances científicos. Su influencia no solo se limitaba a las juntas
corporativas; su presencia en las redes sociales lo había convertido
en una figura icónica, con una legión de seguidores que lo veneraban
como el salvador de la humanidad. A través de sus discursos y
manifiestos, Albright predicaba que la humanidad estaba a un paso de
superar sus limitaciones biológicas, y que Geneteq era el vehículo
para alcanzar ese futuro.
El Dr. Elias Vandermeer, jefe de investigación de la expedición, era
un científico de renombre en paleovirología, que había sido
reclutado personalmente por Albright para liderar los estudios de la
corporación en el Ártico. Vandermeer compartía con Albright la
pasión por la ciencia, pero donde Albright veía un destino glorioso
para la humanidad, Vandermeer veía riesgos y advertencias. A lo
largo de su carrera, Vandermeer había defendido un enfoque ético,
consciente de los peligros inherentes a la manipulación genética sin
restricciones. Sin embargo, la influencia de Albright era tan vasta
que cualquier oposición interna era recibida con silencio o, en
algunos casos, con fuerte desprecio.
Durante semanas, la expedición de Vandermeer no descubrió más que
microorganismos comunes. Sin embargo, en una de las últimas
perforaciones en una caverna de hielo, el equipo desenterró algo
extraordinario: una muestra biológica perfectamente conservada,
congelada durante milenios. Entusiasmado por el hallazgo, el equipo
extrajo las muestras y las envió de inmediato al laboratorio central
de Geneteq para su análisis.
El hallazgo del Virus HVA-17 Borealis
En los laboratorios de Geneteq, se reveló la magnitud del
descubrimiento. Las pruebas iniciales indicaron que la muestra
contenía un virus completamente desconocido, uno que no se parecía a
nada registrado en la biología moderna. Albright, al tanto del
descubrimiento, inmediatamente vio una oportunidad única. El virus,
denominado provisionalmente Virus HVA-17, poseía propiedades
genéticas extraordinarias: parecía capaz de interactuar con las
células humanas de formas hasta entonces inimaginables, regenerando
tejidos a una velocidad sin precedentes.
Para Albright, este virus era la clave para lograr su obsesión: la
inmortalidad. Mientras otros veían en el Virus HVA-17 una amenaza
potencial, él lo veía como la culminación de su visión para la
humanidad. Bajo su dirección, se aceleraron los experimentos, y se
permitió a los científicos manipular el virus en busca de su
potencial para detener el envejecimiento. Albright no podía esperar
para ver cómo este hallazgo lo catapultaría no solo al estatus de
gurú, sino al de mesías tecnológico, el hombre que salvaría a la
humanidad de su mortalidad.
Sin embargo, no todos compartían su entusiasmo. El Dr. Elias
Vandermeer comenzó a preocuparse cada vez más por los peligros del
virus. A medida que los experimentos avanzaban, notó comportamientos
inusuales en el patógeno, que parecía tener una capacidad
desconcertante para mutar y adaptarse. Las advertencias de
Vandermeer no tardaron en llegar. Insistió en que el virus debía ser
contenido y que no se debía proceder con las pruebas en humanos. Sin
embargo, Albright lo ignoró por completo, afirmando que el progreso
no podía esperar y que el Virus HVA-17 debía ser aprovechado antes
de que cualquier otra corporación pudiera descubrir su existencia.
El conflicto entre Vandermeer y Albright
El enfrentamiento se intensificó. Vandermeer, horrorizado por la
indiferencia de Albright ante los riesgos, comenzó a elaborar un
plan para alertar a la comunidad científica internacional sobre el
peligro inminente que el Virus HVA-17 representaba. Sin embargo,
antes de que pudiera hacer pública su advertencia, Vandermeer
desapareció en circunstancias misteriosas. Su desaparición fue
rápidamente encubierta por Geneteq, que alegó que había abandonado
la empresa por razones personales. Sin embargo, entre los pocos
colegas que sabían de su conflicto con Albright, se extendió el
rumor de que Vandermeer había sido eliminado para evitar que su
oposición saboteara los planes del CEO.
Con Vandermeer fuera del camino, Albright aceleró los experimentos
en humanos, completamente seguro de que el Virus HVA-17 lo haría
inmortal. La primera prueba en humanos fue aprobada, y un voluntario
con una enfermedad terminal fue seleccionado para convertirse en
Paciente Cero. El hombre, sin nada que perder, se sometió a la
exposición al virus bajo la estricta supervisión del equipo de
Geneteq.
El despertar del Paciente Cero
Durante los primeros días, el Paciente Cero mostró resultados
milagrosos. Su salud mejoró rápidamente, sus células se regeneraron
a una velocidad que desafió cualquier expectativa. Las cicatrices de
su enfermedad terminal desaparecieron, y los investigadores, junto a
Albright, comenzaron a creer que finalmente habían encontrado el
santo grial: el control absoluto sobre la vida.
Sin embargo, al mismo tiempo, un sector de la junta directiva de
Geneteq, que llevaba años buscando la oportunidad de destituir a
Albright, vio en este momento su ocasión. Sabían que si el proyecto
tenía éxito, Albright se consolidaría como la figura más poderosa
dentro de la empresa. Bajo el pretexto de que asuntos más urgentes
requerían de su atención, lograron apartarlo del proyecto justo
antes de las pruebas cruciales.
Clasificaron el proyecto como ultrasecreto, manteniendo al propio
CEO alejado de la información crítica, y aprovecharon el momento
para reforzar su control interno. Sin embargo, paradójicamente, este
plan terminó favoreciendo a Albright de una forma que nadie podría
haber previsto. Cuando el Paciente Cero empezó a mostrar signos de
recaída, Albright no estaba presente para ser testigo del desastre.
Al principio, el paciente simplemente comenzó a quejarse de dolores,
pero rápidamente empeoró: su piel se tornó pálida y comenzó a
sangrar profusamente por todos los orificios. Entre violentas
convulsiones y desesperados pero inútiles intentos de escapar, el
Paciente Cero parecía comprender que su final estaba cerca.
El equipo científico, horrorizado, intentó reanimarlo sin éxito. A
pesar de todos sus esfuerzos, el Paciente Cero murió repentinamente,
dejando a los investigadores en estado de shock.
Mientras la cúpula de Geneteq recibía los primeros informes acerca
del incidente y comenzaba a tomar medidas para contener el desastre,
los miembros del equipo médico comenzaron a notar extraños síntomas
tras la muerte del Paciente Cero. Lo que en cualquier otro contexto
habría sido visto como un milagro, en este caso se interpretó como
un oscuro presagio. Uno de los científicos, que había usado gafas
toda su vida, descubrió que ya no las necesitaba, mientras que otro,
que había sufrido una cojera durante décadas, se dio cuenta de que
había recuperado completamente su movilidad. Aunque sus cuerpos
parecían regenerarse de manera notable, sabían que esta recuperación
no era motivo de alivio, sino el primer paso hacia un destino fatal.
Basándose en lo que acababan de ver en el Paciente Cero,
comprendieron que su final casi con seguridad sería el mismo que el
de él.
Más tarde, dedujeron que probablemente se habían infectado durante
los últimos momentos de vida del Paciente Cero. Mientras intentaban
controlarlo en medio de sus violentas convulsiones y espasmos,
estuvieron en contacto cercano con las gotas de sangre que este
expulsaba de manera descontrolada. Sin notarlo en el momento, esa
exposición había sellado su destino, iniciando un proceso
irreversible.
Peor aún, los miembros del equipo ya habían estado en contacto con
otras personas dentro del laboratorio, lo que hacía imposible saber
hasta dónde se había propagado ya la infección. El virus podría
estar recorriendo las instalaciones sin que nadie lo supiera.
Lo que el equipo aún no sabía era que el verdadero horror estaba
lejos de haber terminado. Apenas unas horas después de su muerte, el
Paciente Cero resucitó de manera abrupta y violenta. Si bien su
regreso a la vida ya era perturbador, lo que sucedió inmediatamente
después fue terrorífico. Su cuerpo comenzó a contorsionarse de
formas imposibles para un ser humano, adoptando posturas grotescas
mientras emitía gritos inhumanos y perturbadores que resonaban por
todo el laboratorio. Los miembros del equipo, inmóviles y
paralizados por el terror, solo pudieron observar con horror cómo el
Paciente Cero se lanzaba sobre ellos con una agresividad monstruosa,
desgarrando los trajes de contención de algunos de ellos y
salpicando la habitación con su sangre. El caos se apoderó del lugar
mientras los investigadores, aún en shock, intentaban reaccionar
ante la nueva amenaza.
En los días que siguieron a estos eventos aterradores, el virus,
conocido inicialmente como HVA-17 Borealis, recibió un nombre mucho
más siniestro:
Virus NT. El nuevo nombre, NecroTorquere, surgió al descubrir la verdadera
y macabra naturaleza de la infección. Este virus no solo mataba de
manera brutal, sino que parecía mantener a sus víctimas atrapadas en
una tortura interminable incluso después de la muerte. Los cuerpos
reanimados, como el del Paciente Cero, se retorcían en espasmos
grotescos, atrapados en un ciclo de sufrimiento constante. Este
descubrimiento no solo cambiaría la historia de la ciencia, sino que
marcaría el comienzo de una nueva era de terror para la humanidad.
El Brote en Geneteq: La Eliminación del Paciente Cero
La propagación
Aunque las infecciones comenzaron a extenderse, Geneteq tenía algo a
su favor: su laboratorio central, donde se investigaba el virus,
estaba en una zona remota y aislada. El personal solía pasar largos
períodos confinado en las instalaciones, con las comunicaciones
limitadas para evitar el espionaje de otras corporaciones y la fuga
de información. Esto permitió mantener el virus localizado y evitar
su expansión inicial. En secreto, Geneteq trató de contener la
situación sin alertar al público ni a las autoridades, confiando en
que aún podrían mantener el control, al menos durante unos pocos
días.
La aparición de Mr. Shadow
Con la situación escalando rápidamente y el
Virus NT
propagándose silenciosamente por las instalaciones, la junta
directiva de Geneteq tomó una decisión drástica. Al no poder
contener el brote, recurrieron a su última carta: Mr. Shadow. Este
misterioso individuo, una leyenda en los círculos más poderosos, era
conocido por resolver situaciones imposibles sin dejar rastro. No
llevaba máscara, ni ocultaba su identidad, pero aquellos que lo
habían visto rara vez recordaban su rostro con claridad.
La junta lo contactó en el momento más crítico. Sin necesidad de
largas negociaciones, Mr. Shadow aceptó la misión: eliminar el
brote, limpiar las instalaciones y borrar toda evidencia. Sabía que
el Virus NT no era solo un experimento fallido, sino una amenaza que
debía ser eliminada sin margen de error. La operación debía ser
rápida, precisa, y definitiva.
El bloqueo del laboratorio
La operación fue ejecutada con precisión al caer la noche. El
helicóptero de Mr. Shadow aterrizó silenciosamente en el helipuerto
de Geneteq, dando inicio a la misión. Momentáneamente, el protocolo
de cierre de seguridad se desbloqueó para permitir que Mr. Shadow y
su equipo entraran a las instalaciones. Una vez dentro, el sistema
se reactivó de inmediato, sellando herméticamente cada salida y
bloqueando el acceso al exterior. El laboratorio quedó completamente
aislado, atrapando a empleados y científicos sin posibilidad de
huida. Nadie podría entrar ni salir sin la autorización directa de
Shadow.
Los guardias, desconcertados por la repentina intervención, apenas
tuvieron tiempo de reaccionar antes de que el equipo táctico de
Shadow, compuesto por especialistas altamente entrenados, se
infiltrara en las instalaciones. Equipados con trajes de contención
avanzados y armados hasta los dientes, se movieron con una
eficiencia implacable, eliminando a los empleados uno a uno con
disparos silenciosos.
Cada acción fue calculada con fría precisión. El control absoluto
del edificio estaba en manos de Shadow y su equipo. Las puertas
permanecían selladas, bloqueando cualquier posibilidad de escape y
garantizando que nadie interrumpiera el objetivo final de la
operación.
La limpieza del laboratorio
El caos se desató en cuestión de minutos. Los empleados, conscientes
de que no había salida, corrieron desesperados por los pasillos.
Algunos intentaron esconderse, otros suplicaron por sus vidas, pero
no hubo clemencia. El equipo de Mr. Shadow, entrenado para actuar
sin piedad, eliminó a cada testigo y potencial infectado. Los
disparos eran precisos y calculados. En el vestíbulo, en los
laboratorios, en las oficinas… cada rincón del complejo fue
limpiado.
Mientras tanto, Mr. Shadow observaba con una calma inhumana,
asegurándose de que la operación transcurriera sin contratiempos. Su
equipo, moviéndose con la eficiencia de una maquinaria bien
engrasada, despejó cada área, siguiendo sus instrucciones al pie de
la letra. La limpieza debía ser total, y así sería.
La eliminación del Paciente Cero
El último punto de la operación estaba en los niveles inferiores, en
la sala de contención. Allí, el Paciente Cero, la primera víctima
del
Virus NT, seguía amarrado a una camilla, convulsionando violentamente
mientras el virus destruía su cuerpo y lo transformaba en algo más
allá de lo humano. Los científicos que lo rodeaban, ya infectados y
desesperados, golpeaban las paredes y el cristal en busca de ayuda.
Sus trajes estaban desgarrados, y algunos mostraban los primeros
signos avanzados del virus en sus propios cuerpos. Sabían que su
destino estaba sellado.
Mr. Shadow observó la escena desde la sala de control, su rostro
impasible ante el caos que se desarrollaba frente a sus ojos. Los
científicos suplicaban por sus vidas, golpeando el vidrio con la
esperanza de ser escuchados. Pero Shadow no mostró ni una pizca de
emoción. Sabía que todos en esa sala estaban condenados. Sin
titubear, presionó el botón del sistema de incineración de
emergencia.
En cuestión de segundos, las llamas llenaron la sala. Los gritos de
los científicos se ahogaron en el rugido del fuego, mientras todo lo
que quedaba del Paciente Cero y sus cuidadores era reducido a
cenizas. No habría rastro alguno de ellos, ni de los experimentos.
La misión estaba casi completa.
El robo del vial
Mientras las llamas devoraban la sala de contención, reduciendo a
cenizas todo rastro del desastre, Mr. Shadow se dirigió con calma a
la última fase de su operación, un movimiento que Geneteq desconocía
por completo. Sin que la junta tuviera conocimiento, Shadow tenía
una misión propia: apoderarse de la muestra original del Virus NT.
Con la limpieza de la sala de contención completada, Mr. Shadow
salió y se dirigió hacia las secciones inferiores de los
laboratorios. Allí, su equipo táctico, meticuloso en cada paso, ya
estaba preparando la fase final del plan: la destrucción total de
las instalaciones. No quedaría rastro alguno que pudiera vincular a
Geneteq con lo ocurrido. Las cargas de demolición eran colocadas
estratégicamente, asegurándose de que cada vestigio de la
investigación fuera reducido a polvo.
Mientras sus hombres trabajaban en la demolición, Mr. Shadow, con su
característica calma, se deslizó sin ser visto hacia una sala de
contención privada en los niveles más protegidos del laboratorio. En
esa sala, almacenadas en cajas de seguridad, se encontraban las
muestras clave de las investigaciones. Allí, protegido por una
cámara de máxima seguridad, estaba el vial que contenía la cepa
original del virus, la fuente de toda la catástrofe. Con movimientos
calculados, abrió una caja fuerte refrigerada y sacó el vial.
Sostuvo el vial por unos segundos, observándolo en silencio. Sabía
que lo que tenía en sus manos no era solo el origen del desastre,
sino una llave hacia un poder mucho más oscuro y peligroso. Sin
prisa alguna, colocó el vial cuidadosamente en su maletín
presurizado, diseñado para mantener la muestra intacta. Este vial no
solo contenía los orígenes del pasado; era la clave para un futuro
lleno de oscuridad: un arma de incalculable valor.
Nadie, ni siquiera la junta directiva que había autorizado la
operación, sabía que Mr. Shadow tenía sus propios intereses en ese
virus. Actuaba bajo órdenes desconocidas o, tal vez, movido por sus
propios y oscuros propósitos. El destino del Virus NT ya no estaba
en manos de la corporación que lo había descubierto, sino bajo el
control de un hombre que operaba desde las sombras.
Con el vial asegurado y la demolición en marcha, Mr. Shadow se
reunió con su equipo. Abandonaron las instalaciones con la misma
precisión y serenidad con la que habían llegado. A lo lejos, ya en
el exterior, se escucharon las detonaciones controladas. Las
explosiones destruyeron los laboratorios de Geneteq, reduciéndolos a
escombros. En cuestión de minutos, lo que había sido una de las
instalaciones más avanzadas del mundo fue transformado en ruinas,
cubierto bajo la narrativa de un ataque terrorista fabricado por la
junta directiva.
Para Geneteq, el problema parecía haber sido eliminado junto con los
restos del laboratorio. Creían que todo había terminado, que el
desastre estaba controlado. Pero en las sombras, lejos de su
alcance, algo mucho más peligroso comenzaba a gestarse. Mr. Shadow
no era solo un ejecutor; ahora era el guardián de un secreto que
podía cambiar el destino del mundo. Y con ese poder en sus manos,
solo él decidiría cuándo y cómo usarlo. La verdadera amenaza no
había sido eliminada; solo había cambiado de manos.
El encubrimiento y las consecuencias
Los medios de comunicación, manipulados por la versión oficial,
difundieron el incidente de Geneteq como una tragedia atribuida a un
grupo extremista anti-biotecnología. El encubrimiento fue perfecto.
La narrativa fue aceptada sin cuestionamientos, y Geneteq quedó
libre de sospechas. La junta directiva logró su objetivo: la empresa
parecía limpia, y los secretos más oscuros, incluidos el Paciente
Cero y el Virus NT, parecían haber sido incinerados junto con las
instalaciones y la verdad.
En las semanas siguientes, Zachary Albright apareció en entrevistas
televisivas con un semblante serio, condenando la violencia y
lamentando la pérdida de vidas, describiendo lo sucedido como un
ataque contra el progreso humano. Geneteq prometió reconstruir sus
instalaciones y continuar su misión biotecnológica. El mundo,
ignorante de la verdad, aclamaba a Albright como un héroe, símbolo
de resiliencia.
Sin embargo, en privado, Albright comenzó a notar la desaparición de
varios miembros clave de su equipo, lo que avivó su desconfianza
hacia la junta directiva. El silencio que mantenían era sospechoso,
especialmente tras haberlo apartado del proyecto relacionado con el
Paciente Cero y clasificarlo como ultrasecreto. Aunque carecía de
pruebas concretas, Albright empezó a sospechar que todo tenía que
ver con el Virus NT, un temor que crecía a medida que sus
investigaciones revelaban movimientos financieros irregulares y la
falta de transparencia en las operaciones internas. Con el tiempo,
su paranoia fue en aumento, ya que su entorno más cercano se volvía
cada vez más opaco y esquivo. Lo que inicialmente había considerado
un simple desvío de su atención hacia otros asuntos, ahora parecía
formar parte de un plan más siniestro. Lo que estaba en juego era
mucho más oscuro de lo que había imaginado, y todo parecía girar en
torno al virus.
Tras meses de indagaciones, los hallazgos de Albright empezaron a
dar frutos. Documentos ocultos y cuentas secretas salieron a la luz,
mostrando que los experimentos con el Virus NT y la manipulación de
los hechos eran parte de un plan mucho más amplio. Al descubrir la
existencia de Mr. Shadow, Albright comprendió la magnitud de la
amenaza. Lo que había ocurrido en los laboratorios no solo implicaba
un peligro para su propia supervivencia, sino que también ponía en
riesgo a toda la humanidad. Su obsesión por la inmortalidad lo había
cegado, sin darse cuenta de que había sido un cómplice involuntario
en una operación oculta. El Virus NT ya no pertenecía a Geneteq,
sino que estaba bajo su control, y su destino estaba en manos de un
hombre del que poco o nada se sabía.
El Colapso de la Civilización: El virus desatado sin control
Mientras seguía el rastro de Mr. Shadow, Albright se daba cuenta de
que estaba siempre un paso por detrás. Shadow se movía a través del
submundo del espionaje y el crimen sin casi dejar huellas, pero
Albright logró rastrear sus movimientos hacia zonas del Sur Global.
Lo que descubrió lo llenó de horror.
Durante los primeros días, los medios locales hablaban de milagros
curativos: personas enfermas que recuperaban su salud de manera
inexplicable. Se informaba de curaciones masivas, lo que llevó a las
comunidades más empobrecidas a celebrar lo que consideraban un
milagro. Los informativos mostraban imágenes de aldeas enteras
celebrando su recuperación.
Pero Albright, que ahora conocía la verdadera naturaleza del Virus
Z, sabía que esto no era más que la primera fase de la infección. Al
igual que con el Paciente Cero, los infectados experimentaban una
mejora temporal en su salud. Enfermedades crónicas o terminales
desaparecían y la vitalidad regresaba. Sin embargo, esa mejoría
duraba poco. Con el tiempo, el virus comenzaba a desatar su
verdadero poder: confusión mental, agresividad extrema,y finalmente,
la muerte.
Pero la muerte no era el final. Albright sabía que el virus tenía el
poder de reanimar a los fallecidos, convirtiéndolos en hordas de
no-muertos. Estas criaturas, sin miedo y dominadas por una rabia
incontrolable, eran más letales que cualquier ejército convencional.
Mr. Shadow había planeado todo meticulosamente: las regiones
superpobladas del Sur Global, sin estructuras de defensa adecuadas,
se convirtieron rápidamente en focos de hordas imparables.
Los ejércitos y fuerzas policiales, mal equipados y sin preparación
para una amenaza de tal magnitud, colapsaron rápidamente. Los
infectados, al morir y reanimarse, se convirtieron en una fuerza
imparable de destrucción. Albright, observando desde la distancia,
comprendió que Mr. Shadow había liberado el virus en estas regiones
con un objetivo claro: provocar un colapso rápido y total. Sabía
que, de haber sido desatado en países desarrollados, las fuerzas
militares más avanzadas y las defensas creadas durante décadas para
controlar la inmigración habrían podido contener la plaga en sus
primeras fases. Sin embargo, Mr. Shadow eligió los países más
vulnerables, donde la pobreza, la superpoblación y la falta de
recursos crearon el entorno perfecto para que la infección se
propagara sin control, desencadenando hordas colosales capaces de
arrasarlo todo a su paso.
En cuestión de pocas semanas, las ciudades densamente pobladas del
Sur Global empezaron a caer. Río de Janeiro, Nueva Delhi, Kinshasa y
Ciudad de México fueron las primeras en sucumbir ante el virus. Las
hordas de infectados violentos se extendieron sin control, devorando
todo a su paso. Los gobiernos locales, completamente superados,
colapsaron, y las grandes urbes se convirtieron en cementerios en
ruinas. Las imágenes de hordas de no-muertos, antes humanos,
recorriendo las calles de estas megaciudades llenaron los
informativos.
Los gobiernos del mundo, al ver la magnitud del desastre, intentaron
organizar una respuesta internacional, pero para entonces, era
demasiado tarde. La ONU, debilitada durante décadas por la
influencia de las grandes corporaciones, carecía de la estructura y
el poder necesario para coordinar una respuesta efectiva. Los
gobiernos, sometidos a los intereses de estas corporaciones, habían
perdido gran parte de su capacidad de reacción global. Mientras
tanto, el Virus NT continuaba su avance imparable.
En menos de dos meses, el mundo desarrollado empezó a sentir el peso
de la plaga. Aunque los países ricos intentaron levantar barreras y
sellar sus fronteras, las hordas de infectados se acercaban
rápidamente. Las primeras brechas en las defensas aparecieron en el
Sur de Europa y América del Norte. Las fuerzas militares, que habían
contenido la infección en las primeras semanas, comenzaron a
sucumbir ante el número abrumador de infectados que se lanzaban
contra las defensas. Las hordas continuaban creciendo, y las
defensas que parecían invulnerables empezaron a ceder.
En un último intento desesperado por salvar lo que quedaba de la
humanidad, los gobiernos del mundo tomaron una decisión
desgarradora, el lanzamiento de los primeros ataques nucleares.
Una respuesta desesperada
Tras el lanzamiento de las primeras armas nucleares en un intento
por contener las hordas de infectados, el mundo entero quedó sumido
en un caos aún mayor. Las detonaciones, dirigidas a las zonas más
afectadas por la propagación del Virus NT, lograron aniquilar a
millones de infectados en cuestión de minutos. Las gigantescas
explosiones atómicas incineraron ciudades enteras y redujeron a
escombros lo que una vez fueron centros de poder y civilización. Sin
embargo, aunque los primeros bombardeos nucleares detuvieron
temporalmente a las hordas, solo fue una victoria efímera.
Detrás de esas hordas que habían sido destruidas, aún venían más.
Las áreas más afectadas por el virus, especialmente en el Sur
Global, seguían generando nuevas oleadas de infectados que, lejos de
detenerse, continuaban avanzando. Las zonas rurales, los
asentamientos superpoblados y las regiones más aisladas comenzaron a
enviar a las ciudades lo que parecía ser un número interminable de
infectados. Los gobiernos que habían logrado resistir el primer
embate comenzaron a colapsar ante el ataque constante.
Al mismo tiempo, las consecuencias de la radiación nuclear se
extendieron mucho más allá de las zonas bombardeadas. Las naciones
que aún seguían en pie, principalmente en el Norte Global,
comenzaron a sufrir los efectos secundarios de la contaminación
radiactiva. Las nubes de polvo nuclear, transportadas por los
vientos, contaminaron grandes áreas del planeta, afectando tanto a
los infectados como a los pocos humanos no contaminados que todavía
intentaban sobrevivir. Los cultivos se marchitaron, las fuentes de
agua se envenenaron, y las ciudades que habían evitado la infección
se vieron arrasadas por el hambre y la enfermedad.
En un último intento por salvar lo poco que quedaba de sus
territorios, algunas naciones desencadenaron conflictos armados
entre sí, compitiendo por los últimos recursos disponibles. Lo que
en un principio fue una lucha por contener el virus se transformó en
una serie de guerras globales que sumieron al planeta en una espiral
de violencia y devastación. Enfrentados no solo a las hordas de
infectados sino también entre ellos, los gobiernos del mundo
iniciaron bombardeos aéreos y campañas militares que aceleraron el
colapso total de la civilización. Los frentes militares, que
inicialmente estaban organizados para frenar el virus, se
desintegraron, convirtiendo el conflicto en un caos incontrolable.
Las grandes potencias, desesperadas por frenar el avance de las
hordas, continuaron recurriendo a bombardeos masivos y ataques con
armas de destrucción masiva. Pero cada ataque provocaba más daños
colaterales. Los países que no habían sido infectados directamente
comenzaron a sufrir colapsos internos debido a la radiación, la
falta de alimentos y la destrucción de las infraestructuras. Las
carreteras, fábricas y sistemas de energía que mantenían funcionando
a la civilización moderna fueron destruidos, y para entonces, lo
poco que quedaba del orden global se vino abajo rápidamente.
Un Mundo en Ruinas
Para cuando las hordas finalmente atravesaron las últimas defensas
de las grandes potencias, ya no quedaba mucho por salvar. Las
ciudades que no fueron destruidas por el virus o las armas nucleares
cayeron una a una, consumidas por la radiación, el hambre y la
enfermedad. Las naciones que habían logrado resistir en los primeros
meses del brote colapsaron en semanas, y las grandes metrópolis,
antes símbolo del progreso humano, quedaron abandonadas, habitadas
solo por infectados y cadáveres.
La infraestructura global que sostuvo a la civilización durante
siglos se desmoronó por completo. Las líneas eléctricas estaban
caídas, las comunicaciones entre sobrevivientes eran casi
inexistentes, y el transporte aéreo y marítimo había desaparecido.
Los sistemas de energía y los centros de suministro fueron
destruidos, dejando a la humanidad incapaz de restaurar lo perdido.
El planeta entero se convirtió en un campo de batalla interminable
entre los infectados y los fragmentos dispersos de lo que alguna vez
fue la sociedad.
Unicamente unos pocos grupos lograron sobrevivir, refugiándose en
búnkeres subterráneos donde estaban a salvo de la radiación y las
hordas de infectados, o en zonas remotas e inaccesibles. En el
espacio, las estaciones orbitales y los asentamientos en la Luna se
convirtieron en los últimos bastiones de la civilización humana.
Desde allí, los que aún contaban con recursos observaban con
impotencia cómo la Tierra, su hogar, se sumía irremediablemente en
el caos.
Las ciudades en ruinas, los ríos envenenados y las tierras
irradiadas eran un reflejo del apocalipsis que la humanidad había
desatado. Los escasos supervivientes se preguntaban si aún había un
futuro para ellos, si alguna vez podrían reclamar su mundo, o si
estaban condenados a desaparecer mientras la Tierra caía
definitivamente bajo el dominio de los infectados.